jueves, 11 de diciembre de 2014

RIMAS DE BÉCQUER ILUSTRADAS

A continuación, una selección de ilustraciones para las rimas escogidas de Bécquer, realizada por los alumnos de 4º ESO B.

Ilustración de Sara Pinar


Ilustración de Eva Gascó

 Ilustración de Noelia Martínez


Ilustración de Sara Pinar


Ilustración de Miriam Vicedo


Ilustración de Laura Veracoechea



Ilustración de Julia Navarro


jueves, 4 de diciembre de 2014

EL SECRETO DE PANDORA, por Andrea García (1º ESO C)

Andrea eligió modernizar el mito de Pandora como trabajo de lectura trimestral. ¡Le quedó así de bien!

Zeus era un viejo ingeniero bioquímico, con un gran rencor hacia la humanidad, ya que nunca sus experimentos en el campo de las vacunas, había sido valorados por sus colegas. Por eso, su enferma mente, ideó un plan sirviéndose de su hijo, y así castigar a todos aquellos que en su día se habían reído de él. Colocaría en una caja de oro, todas aquellas enfermedades que pudieran hacer sufrir al ser humano y así propagar el terror sobre la Tierra.
Entonces, un día, Zeus bajó de la urbanización Olimpus, en el Monte Olimpo, para visitar a su hijo Hefesto. Su hijo, era ingeniero mecánico especializado en robótica. Vivía en un oscuro laboratorio, aislado de los humanos, porque era feo y cojo. Nadie le conocía excepto su padre que, por sorpresa para él, ese día fue a visitarle.
Zeus le encargó que realizara un robot idéntico a una mujer, lo más atractiva posible y con todas las habilidades existentes y él le daría su toque final. Entonces Hefesto se puso manos a la obra y concibió su magnífica creación, de la que él mismo quedó asombrado y enamorado.
Se trataba de una androide, aunque no lo parecía: alta, delgada, y esbelta. Su cuerpo y cara, habían sido recubiertos con por una silicona que imitaba a la piel humana. Sus ojos eran azules como el mar y su pelo negro como el oscuro laboratorio en el que había sido creada. Hefesto insertó miles de microchips con todas las aptitudes positivas del ser humano: dulzura, elegancia, gracia, inteligencia, buena voz, una preciosa sonrisa, picardía, fertilidad...
Antes de poner en marcha su creación Hefesto llamó con su Iphone a su padre, para que contemplara el resultado final de su androide. Este se encontraba en su laboratorio, preparando el último paso de su plan, la misteriosa caja.
Cuando llegó y Hesfesto se dirigía a pulsarle  a un botón para encenderla, Zeus lo detuvo:
-¡Espera! ¿No te acuerdas de que aún no está terminada? -le dijo a su hijo-. Le falta una última aptitud, aunque no es muy positiva para los humanos: la curiosidad.
De pronto, Zeus se acercó a ella y le incrustó otro microchip y  dijo a su hijo:
- Ahora sí, ya está terminada. Pero...un momento, ¿le has puesto nombre?
- No, creía que preferías hacer tú los honores.
- Vale, la llamaremos “Pandora”, que significa “llena de aptitudes”.
Por fin, ya acabada, Hefesto pulsó un botón y al momento cobró vida. Al principio, Pandora, se asustó un poco porque no sabía ni quien era ni donde estaba, pero después de tranquilizarla y explicarle todo, ella se sintió mejor.
Mientras esto ocurría y aprovechando el descuido de Zeus, Hefesto introdujo, dentro de la caja una última probeta.
Por último, Zeus se despidió de Pandora diciéndole:
-Y antes de que te vayas, te tengo que dar una cosa- entonces cogiendo una caja de oro con piedras incrustadas de Swarovski, se la tendió para que la agarrara y a la vez le colgó  una llavecita con un cordón también de oro en el cuello.
-Toma, este es un regalo que te hago antes de que te vayas al mundo habitado y civilizado, pero me tienes que prometer una cosa, por nada del mundo debes abrir esta caja.
Ella le contestó:
-Claro que sí Zeus, te prometo que no la abriré jamás -aunque comenzó a sentir un poco de curiosidad por saber que había dentro.
Al aterrizar el avión privado de Zeus, se encontró en una ciudad preciosa, llena de rascacielos enormes y casas muy coloridas. Sintió un gran asombro y se fue a hacer turismo por aquella ciudad, sin alejarse mucho para no perderse. Visitó un parque, un museo, subió a lo alto de un rascacielos…
De pronto, cuando pasaba por sus calles, se encontró con un hombre joven de aspecto  apuesto y esbelto que no hacia más que mirarla. Ella se dio cuenta pero como no sabía que le pasaba se acercó a él y le dijo:
-Hola, ¿qué tal?¿Se encuentra bien?
-Sí, gracias me encuentro bien, pero mis ojos no habían contemplado nunca tanta belleza -le dijo el hombre.
Pandora un poco sonrojada le preguntó:
-¿Cómo te llamas? Yo me llamo Pandora -le explicó la androide.
-Me llamo Epimeteo, y estoy encantado de conocerte -le dijo Epimeteo.
Los dos se hicieron muy amigos y comenzaron a contarse todo; aunque la vida de Pandora no era muy larga, a ella le habían procesado en sus circuitos unos recuerdos y vivencias anteriores.
Epimeteo estaba muy enamorado. Tanto lo  estaba de tan perfecta creación, que no se dio cuenta de que era un androide. Y llegó a tal punto su ceguera que se casó inmediatamente con ella, pese a las advertencias persistentes de su hermano, Prometeo que le decía:
-Piénsatelo bien, esta decisión no la debes tomar a la ligera, tan solo la conoces desde  hace dos días -le decía a su hermano-. Además tiene aspecto de ser una mujer misteriosa...
Pero no le sirvió de nada, Epimeteo se casó con Pandora muy felizmente.
Cuando se mudaron a una nueva casa, Pandora se encargó de todo: realizó la decoración de la casa, es decir, tejió todas las cortinas , ropas de cama, toallas...; pintó jarrones y todas las paredes de su hogar; plantó un precioso jardín con la ayuda de su marido etc.
Siempre que la gente pasaba por allí, se iba más alegre de lo que venía; la gente que por las mañanas pasaban amargadas al ir al trabajo se alegraban algo y veían el ir a trabajar con más optimismo... todo esto ocurría por el bello canto de Pandora, que cantaba como los ángeles.
Ella era muy dichosa con Epimeteo, que la quería mucho, pero aún así ella no era feliz del todo. La razón de todo esto, era que a Pandora le comía por dentro una gran curiosidad, por saber lo que se encontraba en el interior de la caja que le había dado Zeus.
Últimamente por las noches ya no podía ni dormir porque una voz le resonaba en la cabeza y le decía “¿Qué habrá en la caja de oro?  ¿Qué podría haber dentro?”.
Muchas veces se planteó coger la llavecita que colgaba de su cuello en un cordón y abrir la bonita caja, pero siempre acababa por reflexionar y detenerse, al recordar las palabras de Zeus. “No, no puedo abrirla, se lo prometí a Zeus y no puedo incumplir mi palabra”.
Y ella aguantaba y aguantaba esa necesidad tan grande que sentía por abrir la caja y averiguar que había dentro, pero cada vez estaba más triste, afligida y malhumorada.
Aunque se sentía de esa manera, Pandora seguía teniendo las mismas aptitudes solo que ya no era feliz y Epimeteo lo notó:
-¿Pandora, te pasa algo? Te noto pesarosa, no tan vital y alegre como siempre -le decía Epimeteo.
-No, tranquilo, tan solo es que no me encuentro muy bien, ahora mismo me tomo una aspirina y ya está -le dijo Pandora disimulando.
Ella no tenía corazón porque era un androide pero sí sentimientos e incluso podía llorar por todos los microchips que llevaba insertados en su cuerpo y eso hacía a escondidas, sin que Epimeteo le viera y para desahogarse, porque su cuerpo contenía mucho estrés y ansiedad por la necesidad de abrir la caja de Zeus.
No obstante, llegó un día en el que Pandora ya no puedo aguantar más. Su curiosidad era tan fuerte que cedió a la gran tentación de saber el contenido de esa misteriosa caja, que le había hecho perder hasta su propia felicidad.
Entonces cogió la llavecita que llevaba colgada del cuello, la agarró y la introdujo cuidadosamente en la pequeña cerradura de la caja de oro y cerró los ojos...
En esos instantes Pandora pensó y sintió muchas cosas, pero sobre todo una sensación de descanso a la vez que un poco de culpa por haber desobedecido las órdenes de Zeus, y entonces abrió los ojos.
En el interior de esa caja, se encontraban unas cuantas probetas con diferentes líquidos de colores que le llamaron mucho la atención. Lo que ella no sabía era que esos líquidos tan vistosos, eran las enfermedades más terribles que los humanos pudieran imaginar: el Ébola, el SIDA, la Tuberculosis, la Malaria, la Meningitis...
Su curiosidad llegó a tal extremo, que empezó a abrir y oler los frasquitos con tanto nerviosismo, que no se dio cuenta de que Epimeteo la estaba observando.
Se acercó hacia ella sigilosamente, Pandora se asustó tanto que derramó el contenido de las probetas sobre él, contagiándolo así de todas esas enfermedades.
Ella le pidió perdón y siguieron sus vidas con normalidad,  hasta  que  un día   Epimeteo enfermó y con él miles de personas que se fueron infectando tal y como había previsto  el malvado Zeus.
Pero entonces, Pandora, desesperada por todo lo que había desencadenado su curiosidad, volvió a mirar en la caja y encontró un último frasquito verde.
Rápidamente, esperanzada, lo llevo al hospital, más cercano, para que lo analizaran. Allí, después de varias pruebas en el laboratorio, los médicos llegaron a la conclusión que aquello era, una especie de vacuna universal, que curaría a todas las personas infectadas.

Lo que nadie sabía, era que ese frasquito verde, ese soplo de esperanza, había sido colocado por Hefesto, el creador de Pandora, por todo el amor que sentía hacia ella, su hermosa creación.


martes, 2 de diciembre de 2014

MONTAJE VÍDEO: RIMAS DE BÉCQUER



*Vídeo realizado por la alumna Alba Castelblanque (4º ESO B) para trabajar las Rimas de Gustavo Adolfo Bécquer. Alba ha realizado la selección de textos, dibujado, leído y grabado su propio vídeo.

lunes, 1 de diciembre de 2014

COMIENZO MEMORABLE DE UNA NOVELA: "CRÓNICA DE UNA MUERTE ANUNCIADA"

El día que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5.30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo. Había soñado que atravesaba un bosque de higuerones donde caía una llovizna tierna, y por un instante fue feliz en el sueño, pero al despertar se sintió por completo salpicado de cagada de pájaros. «Siempre soñaba con árboles», me dijo Plácida Linero, su madre, evocando 27 años después los pormenores de aquel lunes ingrato. «La semana anterior había soñado que iba solo en un avión de papel de estaño que volaba sin tropezar por entre los almendros», me dijo. Tenía una reputación muy bien ganada de intérprete certera de los sueños ajenos, siempre que se los contaran en ayunas, pero no había advertido ningún augurio aciago en esos dos sueños de su hijo, ni en los otros sueños con árboles que él le había contado en las mañanas que precedieron a su muerte. (...)

GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel: Crónica de una muerte anunciada.