Andrea eligió modernizar el mito de Pandora como trabajo de lectura trimestral. ¡Le quedó así de bien!
Zeus era un viejo ingeniero bioquímico, con un gran rencor hacia la humanidad, ya que nunca sus experimentos en el campo de las vacunas, había sido valorados por sus colegas. Por eso, su enferma mente, ideó un plan sirviéndose de su hijo, y así castigar a todos aquellos que en su día se habían reído de él. Colocaría en una caja de oro, todas aquellas enfermedades que pudieran hacer sufrir al ser humano y así propagar el terror sobre la Tierra.
Zeus era un viejo ingeniero bioquímico, con un gran rencor hacia la humanidad, ya que nunca sus experimentos en el campo de las vacunas, había sido valorados por sus colegas. Por eso, su enferma mente, ideó un plan sirviéndose de su hijo, y así castigar a todos aquellos que en su día se habían reído de él. Colocaría en una caja de oro, todas aquellas enfermedades que pudieran hacer sufrir al ser humano y así propagar el terror sobre la Tierra.
Entonces, un día,
Zeus bajó de la urbanización Olimpus, en el Monte Olimpo, para visitar a su
hijo Hefesto. Su hijo, era ingeniero mecánico especializado en robótica. Vivía
en un oscuro laboratorio, aislado de los humanos, porque era feo y cojo. Nadie
le conocía excepto su padre que, por sorpresa para él, ese día fue a visitarle.
Zeus le encargó que
realizara un robot idéntico a una mujer, lo más atractiva posible y con todas
las habilidades existentes y él le daría su toque final. Entonces Hefesto se
puso manos a la obra y concibió su magnífica creación, de la que él mismo quedó
asombrado y enamorado.
Se trataba de una
androide, aunque no lo parecía: alta, delgada, y esbelta. Su cuerpo y cara,
habían sido recubiertos con por una silicona que imitaba a la piel humana. Sus
ojos eran azules como el mar y su pelo negro como el oscuro laboratorio en el
que había sido creada. Hefesto insertó miles de microchips con todas las
aptitudes positivas del ser humano: dulzura, elegancia, gracia, inteligencia,
buena voz, una preciosa sonrisa, picardía, fertilidad...
Antes de poner en
marcha su creación Hefesto llamó con su Iphone a su padre, para que contemplara
el resultado final de su androide. Este se encontraba en su laboratorio,
preparando el último paso de su plan, la misteriosa caja.
Cuando llegó y
Hesfesto se dirigía a pulsarle a un
botón para encenderla, Zeus lo detuvo:
-¡Espera! ¿No te
acuerdas de que aún no está terminada? -le dijo a su hijo-. Le falta una última
aptitud, aunque no es muy positiva para los humanos: la curiosidad.
De pronto, Zeus se
acercó a ella y le incrustó otro microchip y
dijo a su hijo:
- Ahora sí, ya está
terminada. Pero...un momento, ¿le has puesto nombre?
- No, creía que
preferías hacer tú los honores.
- Vale, la
llamaremos “Pandora”, que significa “llena de aptitudes”.
Por fin, ya acabada,
Hefesto pulsó un botón y al momento cobró vida. Al principio, Pandora, se
asustó un poco porque no sabía ni quien era ni donde estaba, pero después de
tranquilizarla y explicarle todo, ella se sintió mejor.
Mientras esto
ocurría y aprovechando el descuido de Zeus, Hefesto introdujo, dentro de la
caja una última probeta.
Por último, Zeus se
despidió de Pandora diciéndole:
-Y antes de que te
vayas, te tengo que dar una cosa- entonces cogiendo una caja de oro con piedras
incrustadas de Swarovski, se la tendió para que la agarrara y a la vez le
colgó una llavecita con un cordón
también de oro en el cuello.
-Toma, este es un
regalo que te hago antes de que te vayas al mundo habitado y civilizado, pero
me tienes que prometer una cosa, por nada del mundo debes abrir esta caja.
Ella le contestó:
-Claro que sí Zeus,
te prometo que no la abriré jamás -aunque comenzó a sentir un poco de
curiosidad por saber que había dentro.
Al aterrizar el
avión privado de Zeus, se encontró en una ciudad preciosa, llena de rascacielos
enormes y casas muy coloridas. Sintió un gran asombro y se fue a hacer turismo
por aquella ciudad, sin alejarse mucho para no perderse. Visitó un parque, un
museo, subió a lo alto de un rascacielos…
De pronto, cuando
pasaba por sus calles, se encontró con un hombre joven de aspecto apuesto y esbelto que no hacia más que
mirarla. Ella se dio cuenta pero como no sabía que le pasaba se acercó a él y
le dijo:
-Hola, ¿qué tal?¿Se
encuentra bien?
-Sí, gracias me
encuentro bien, pero mis ojos no habían contemplado nunca tanta belleza -le
dijo el hombre.
Pandora un poco
sonrojada le preguntó:
-¿Cómo te llamas?
Yo me llamo Pandora -le explicó la androide.
-Me llamo Epimeteo,
y estoy encantado de conocerte -le dijo Epimeteo.
Los dos se hicieron
muy amigos y comenzaron a contarse todo; aunque la vida de Pandora no era muy
larga, a ella le habían procesado en sus circuitos unos recuerdos y vivencias
anteriores.
Epimeteo estaba muy
enamorado. Tanto lo estaba de tan
perfecta creación, que no se dio cuenta de que era un androide. Y llegó a tal
punto su ceguera que se casó inmediatamente con ella, pese a las advertencias
persistentes de su hermano, Prometeo que le decía:
-Piénsatelo bien,
esta decisión no la debes tomar a la ligera, tan solo la conoces desde hace dos días -le decía a su hermano-. Además
tiene aspecto de ser una mujer misteriosa...
Pero no le sirvió de
nada, Epimeteo se casó con Pandora muy felizmente.
Cuando se mudaron a
una nueva casa, Pandora se encargó de todo: realizó la decoración de la casa,
es decir, tejió todas las cortinas , ropas de cama, toallas...; pintó jarrones
y todas las paredes de su hogar; plantó un precioso jardín con la ayuda de su
marido etc.
Siempre que la gente
pasaba por allí, se iba más alegre de lo que venía; la gente que por las
mañanas pasaban amargadas al ir al trabajo se alegraban algo y veían el ir a
trabajar con más optimismo... todo esto ocurría por el bello canto de Pandora,
que cantaba como los ángeles.
Ella era muy dichosa
con Epimeteo, que la quería mucho, pero aún así ella no era feliz del todo. La
razón de todo esto, era que a Pandora le comía por dentro una gran curiosidad,
por saber lo que se encontraba en el interior de la caja que le había dado
Zeus.
Últimamente por las
noches ya no podía ni dormir porque una voz le resonaba en la cabeza y le decía
“¿Qué habrá en la caja de oro? ¿Qué
podría haber dentro?”.
Muchas veces se
planteó coger la llavecita que colgaba de su cuello en un cordón y abrir la
bonita caja, pero siempre acababa por reflexionar y detenerse, al recordar las
palabras de Zeus. “No, no puedo abrirla, se lo prometí a Zeus y no puedo
incumplir mi palabra”.
Y ella aguantaba y
aguantaba esa necesidad tan grande que sentía por abrir la caja y averiguar que
había dentro, pero cada vez estaba más triste, afligida y malhumorada.
Aunque se sentía de
esa manera, Pandora seguía teniendo las mismas aptitudes solo que ya no era
feliz y Epimeteo lo notó:
-¿Pandora, te pasa
algo? Te noto pesarosa, no tan vital y alegre como siempre -le decía Epimeteo.
-No, tranquilo, tan
solo es que no me encuentro muy bien, ahora mismo me tomo una aspirina y ya
está -le dijo Pandora disimulando.
Ella no tenía
corazón porque era un androide pero sí sentimientos e incluso podía llorar por
todos los microchips que llevaba insertados en su cuerpo y eso hacía a
escondidas, sin que Epimeteo le viera y para desahogarse, porque su cuerpo
contenía mucho estrés y ansiedad por la necesidad de abrir la caja de Zeus.
No obstante, llegó
un día en el que Pandora ya no puedo aguantar más. Su curiosidad era tan fuerte
que cedió a la gran tentación de saber el contenido de esa misteriosa caja, que
le había hecho perder hasta su propia felicidad.
Entonces cogió la
llavecita que llevaba colgada del cuello, la agarró y la introdujo cuidadosamente
en la pequeña cerradura de la caja de oro y cerró los ojos...
En esos instantes
Pandora pensó y sintió muchas cosas, pero sobre todo una sensación de descanso
a la vez que un poco de culpa por haber desobedecido las órdenes de Zeus, y
entonces abrió los ojos.
En el interior de
esa caja, se encontraban unas cuantas probetas con diferentes líquidos de
colores que le llamaron mucho la atención. Lo que ella no sabía era que esos
líquidos tan vistosos, eran las enfermedades más terribles que los humanos
pudieran imaginar: el Ébola, el SIDA, la Tuberculosis, la Malaria, la
Meningitis...
Su curiosidad llegó
a tal extremo, que empezó a abrir y oler los frasquitos con tanto nerviosismo,
que no se dio cuenta de que Epimeteo la estaba observando.
Se acercó hacia ella
sigilosamente, Pandora se asustó tanto que derramó el contenido de las probetas
sobre él, contagiándolo así de todas esas enfermedades.
Ella le pidió perdón
y siguieron sus vidas con normalidad,
hasta que un día
Epimeteo enfermó y con él miles de personas que se fueron infectando tal
y como había previsto el malvado Zeus.
Pero entonces,
Pandora, desesperada por todo lo que había desencadenado su curiosidad, volvió
a mirar en la caja y encontró un último frasquito verde.
Rápidamente,
esperanzada, lo llevo al hospital, más cercano, para que lo analizaran. Allí,
después de varias pruebas en el laboratorio, los médicos llegaron a la
conclusión que aquello era, una especie de vacuna universal, que curaría a
todas las personas infectadas.
Lo que nadie sabía,
era que ese frasquito verde, ese soplo de esperanza, había sido colocado por
Hefesto, el creador de Pandora, por todo el amor que sentía hacia ella, su
hermosa creación.
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